Quiero confesarte a través de esta carta, que al mirarte por ultima vez el tiempo segundo a segundo se fue desmoronando, y mis ojos murmuraron tímidamente acerca de tu inescrutable belleza, que quizás nunca mas sería vista.
Quise hablarte pero mis labios se entumecieron, mi corazón se detuvo por un instante, mis manos siquiera podían saludarte, se quedaba erizada mi piel y tan solo mis ojos tomaron valentía al contemplarte sigilosamente, tan solo mis ojos tomaron coraje para deslumbrarte detalle a detalle lo que mi ser sentía.
Mis ojos que eran fríos y siniestros, quedaron una vez mas asombrados ante tal monumento de tus labios, y ante tal curva de tu sonrisa, que prestabas en dicha situación borrosa
Nada mas me quedaba mirarte en silencio, y en silencio contar las lagrimas que gota a gota caían por tu causa, me negué volver a mirarte, pero mi ojos pidieron permiso para contemplarte nuevamente, el tiempo se apoderaba de mis huesos y otra vez se hicieron eternas mis dolencias, anhelaba volver a deleitarme en tus ojos cafés por largas horas de la noche, y soñaba despierto con las veces que juntos nos quedábamos callados, solos, mirándonos cálidamente llenando el vacío de varios momentos.
Al recordar de tu mirada me vienen épocas de grandeza, momentos de pasión y también de alta tristeza, porque al mirarte te comprendía, al mirarte te desnudaba, al mirarte veía las estrellas y el alba, el universo entero pasaba por las ventanas de mi alma, reposaba siempre en tu mirada taciturna y en la lejanía de cada trayecto me daba cuenta que siempre estabas ahí observándome tranquila, en ocasiones solo tu mirada bastaba para odiarme, pues cuando te fallaba el mirarte a los ojos era mi agonía, porque duele tanto mirarte y saber que esas lagrimas llevaban tristeza infinita.
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